“El niño no juega para aprender, sino que aprende porque juega” y esto sucede en un lugar muy especial: la sala de psicomotricidad, un espacio rico, variado y lleno de color, con la presencia de un adulto atento que acoge y contiene las producciones de los niños y las niñas, sus dificultades, sus miedos, sus descubrimientos, su deseo, su placer y sus emociones,  acompañándole en su proceso de maduración. 

En NAIF llevamos dos años llevando a cabo un programa de Psicomotricidad y en este artículo queremos contaros en qué consiste, cuáles son las bases de estas sesiones y el porqué de la importancia que dichas sesiones tienen en los menores que participan.  

La práctica psicomotriz favorece el desarrollo armónico de la persona porque acompaña los procesos de crecimiento y de desarrollo de la identidad; utiliza el juego espontáneo, el movimiento, la acción y la representación ya que a través del placer de la acción el niño y la niña descubren y conquistan el mundo, expresan sus emociones, su vida afectiva profunda y su mundo de fantasía.

 

Existen dos tipos de psicomotricidad:

  • Psicomotricidad dirigida: es el adulto el que programa y dirige las sesiones con un objetivo. Elabora un circuito único para todos los menores, independientemente de sus necesidades y de su desarrollo motor. El adulto es el que ordena por dónde deben ir. Se centra en el plano motor y cognitivo trabajando el esquema corporal, espacial y temporal.
  • Psicomotricidad vivencial: se basa fundamentalmente en la vivencia del menor en relación con su cuerpo, al espacio, a su entorno, etc. No se proponen actividades y el adulto no interviene. El infante actúa con libertad y autonomía según sus necesidades. Abarca el plano motor, afectivo, social y cognitivo.

Este segundo tipo favorece que los menores descubran y desarrollen por sí mismos sus capacidades e intereses, al tiempo que todo aquello que consiguen de manera autónoma les proporciona una gran confianza y seguridad en sí mismos. La psicomotricidad vivenciada contribuye al desarrollo de las capacidades motoras, sociales, afectivas e intelectuales de  los menores.

Aucouturier, representante de esta metodología estableció tres objetivos específicos y fundamentales de su práctica que son comunicar, crear y pensar.  Estos 3 objetivos están basados en la comprensión de la expresividad del niño. 

La capacidad de comunicar guarda relación con la claridad en la escucha de la expresividad motriz infantil que tiene que tener el educador. El psicomotricista ha de escuchar la vía corporal del niño o la niña y encontrar sentido a la misma.

«En el juego, y quizá sólo en él, los niños o niñas están en libertad de ser creadores». Winnicott

Esta creatividad, proceso del pensar, es el resultado de la actividad de representación que va desde las representaciones inconscientes a las representaciones más conscientes. 

Estos son los objetivos para su práctica, que son objetivos fundamentales del desarrollo del niño:

  • Favorecer el desarrollo de la función simbólica por medio del placer de hacer, de jugar y de crear.
  • Favorecer el desarrollo de los procesos de aseguración frente a las angustias a través del placer de las actividades motrices. El niño busca la seguridad corporal y psicológica mediante el placer.
  • A través del juego y el movimiento, contribuir al desarrollo de la conciencia corporal, concepto corporal e imagen corporal (esquema corporal) de los menores.
  • Desarrollar situaciones de aprendizaje donde el menor tenga la posibilidad de comunicarse con sus pares y con el entorno.
  • Generar espacios de participación donde el alumno pueda desplegar su potencialidad creadora (creatividad).

En una sesión de psicomotricidad se propone al niño un espacio (la sala de psicomotricidad), un tiempo y unos objetos para que se exprese psicomotrizmente, de forma espontánea según sus deseos, necesidades, intereses, ritmos… El adulto no impone nada ni dirige, el niño es libre de elegir sus actos porque esos actos son los que verdaderamente tienen un significado para él. Se acepta pues la individualidad. 

En esta sala, el niño que es un ser único y global, descubre primero su cuerpo (con sus posibilidades y limitaciones…) más adelante descubre los objetos, el espacio y el tiempo y después descubre a los otros (se desarrolla la parte social y afectiva).

La única intervención del psicomotricista consiste en escuchar, acompañar, observar el momento evolutivo del menor y el respetar sus necesidades y su desarrollo. 

Se trata de construir un espacio en el que involucrar al niño y que incluye materiales y recursos humanos para que se favorezca su movimiento y su comportamiento espontáneo. Así, se le estimula con diferentes recursos para que pueda dar rienda suelta a sus deseos e imaginación.

El psicomotricista por un lado observa, esta observación le permite conocer dónde está cada niño en su desarrollo, ya que cada niño es diferente, tiene necesidades y ritmos diferentes, pero la secuencia es la misma. Así puede ofrecerle una respuesta individualizada. Aporta además seguridad al niño, tanto como base de referencia como creando un ambiente seguro en el que el niño pueda explorar por la sala sin peligros, así el niño puede subir, bajar, saltar, gritar, desequilibrarse… para que libere y agote su placer sensoriomotor. 

Estas sesiones son  por tanto un espacio seguro donde los menores pueden expresarse libremente, conocerse mejor y relacionarse de una forma espontánea pudiendo mostrarse tal y como son.

Natalia Gutiérrez 

Psicomotricista, Educadora y Coordinadora del programa “Prevención, Salud y Deporte”